Mi historia como emprendedor tecnológico: hay otras puertas que se abren

Os voy a contar mi aventura como emprendedor, y será honesto. Con sus pros y sus contras. Con sus alegrías y sus penas. Todo comenzó cuando decidí emprender y abrir mi propia tienda de electrodomésticos y aparatos de nuevas tecnología.

La verdad es que siempre había soñado con ser mi propio jefe, con crear un espacio donde los clientes pudieran encontrar desde el frigorífico más eficiente hasta el último dispositivo inteligente para el hogar. Sé que hay muchos chistes sobre autónomos, pero en este caso, yo lo tenía controlado. Sé que es duro, pero sí, lo de ser dueño de mis horarios lo prefiero a que me estén mandando en una fábrica.

Además, por mis conocimientos, sabía que era un sector en auge, que la innovación tecnológica y el consumo iban de la mano. Tenía ilusión, tenía un plan… pero me faltaba lo más importante: la financiación.

Al principio pensé que sería sencillo. Yo, que para estas cosas soy muy detallista, había preparado un dossier de negocio con proyecciones, estudios de mercado y hasta un pequeño catálogo con los productos que quería ofrecer.

Y así comenzó mi historia. Fui de banco en banco, de oficina en oficina, repitiendo mi discurso con la esperanza de obtener ese apoyo económico que me permitiera despegar. Pero lo que recibí fueron portazos y condiciones imposibles. Todos me hablaron de avales desorbitados, plazos interminables de estudio, intereses elevados, e incluso esa sensación amarga de que, en el fondo, no confiaban en mí ni en mi proyecto. Y es que los datos lo dejan claro.

Mientras tanto, el tiempo corría. Los proveedores pedían adelantos, los alquileres no esperaban y la inversión en stock se hacía cada día más urgente. Me encontré atrapado en un círculo vicioso: necesitaba vender para generar liquidez, pero sin liquidez no podía tener el stock suficiente para vender.

El punto de inflexión

Justo cuando estaba a punto de desistir y plantearme cerrar antes incluso de abrir, descubrí algo que cambió por completo mi perspectiva.

Workcapital, una entidad financiera independiente experta en factoring sin recurso cuya prioridad era realmente satisfacer las necesidades de los clientes empresariales. No era el típico banco con protocolos rígidos y burocracia interminable. Ellos entendían la realidad de los emprendedores y, lo más importante, tenían herramientas concretas para sacarnos adelante.

Fue así como conocí la financiación alternativa. Hasta entonces, ese término me sonaba lejano, como algo reservado a grandes empresas o a operaciones demasiado complejas o incluso con riesgo, pero para  nada. En realidad es un sistema flexible que se adapta a la vida diaria de un negocio como el mío.

Lo primero que descubrí fue el descuento de pagarés. Antes, cuando un cliente me pagaba con pagaré a 60 o 90 días, aquello era un problema: yo tenía que esperar meses para ver ese dinero reflejado en mis cuentas, mientras las facturas se acumulaban. Gracias a esta herramienta, pude anticipar esos importes y disponer del dinero casi de inmediato, garantizando así mi liquidez.

Después vino el anticipo de facturas. Muchos de mis contratos con empresas tecnológicas y distribuidores incluían pagos diferidos. Con esta opción, cada factura emitida se convertía en una oportunidad de obtener efectivo al instante. Fue como transformar los plazos largos en un flujo constante que me permitió cumplir con mis proveedores sin retrasos y mantener intacta mi reputación comercial.

Otro punto clave fue la financiación para empresas en sentido amplio. Con esto pude invertir en más stock, incluso renovar la exposición de la tienda y atreverme a lanzar una campaña de marketing digital que atrajera a nuevos clientes. Y es que al final, esto es lo que necesita una empresa, dinero para poder volar.

Es cierto que lo que más me impresionó fue la flexibilidad. Adiós a los requisitos de un banco tradicional, ahora se podía trabajar con alguien que entendía cómo va esto. Y es que es triste que sea una persona que lleva toda su vida detrás de un mostrador y viviendo del sueldo de una empresa, el que tenga que saber más que un autónomo.

Con el tiempo, comprendí que el mayor beneficio no era solo disponer de dinero, sino recuperar la tranquilidad. Ya no pasaba las noches en vela calculando cómo iba a pagar a mis proveedores o si me alcanzaría para la nómina del próximo mes.

Hoy, cuando miro hacia atrás, me doy cuenta de que emprender no es un camino recto ni sencillo. Está lleno de tropiezos, dudas y puertas cerradas. Pero también está lleno de oportunidades si sabes dónde mirar. Gracias a esta financiación alternativa, mi tienda no solo sobrevivió, sino que creció. Pasé de ser “ese soñador con un proyecto arriesgado” a un empresario con un negocio consolidado y en expansión.

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